Hubo un tiempo en que poseer una especia significaba poder permitirse una residencia rica y suntuosa, algo que quedara grabado en quienes la visitaban, algo valioso y firmado nada menos que por el gran Andrea Palladio.
Este fue el caso de Taddeo Gazzotti, comerciante de sal, que en 1533 tomó posesión de lo que hoy es Villa Grimani Curti, en la localidad de Bertesina en Vicenza. Y le pidió a Palladio que hiciera de ese edificio de la torre una vivienda adecuada para su familia. El arquitecto se puso inmediatamente manos a la obra, dando al edificio una planta en forma de T y enriqueciéndola con detalles clásicos, como es su costumbre, además de incorporar al proyecto edificios contiguos.
Pero los negocios no siempre van bien y la Fábrica se detiene, debido a la ruina de Gazzotti. La Villa pasó luego a manos de Girolamo Grimani en 1550, y luego pasó de mano en mano, perdiendo su planta en forma de T y adquiriendo las escaleras exteriores. Una gran cantidad de reformas, en definitiva, que hicieron temblar las armonías geométricas palladianas de los interiores, pero que con una sabia labor de recuperación fueron posteriormente recuperadas parcialmente.
Muy poco queda del pasado esplendor del proyecto, pero bien concentrado, al mirarlo desde el exterior se notan los surcos de los ladrillos, las columnas clásicas, la suntuosidad perdida, aún se percibe el entusiasmo de aquel salinero que quería para sí el símbolo del refinado calibre cultural que sólo un edificio de Palladio podía darle, pero que tuvo que sucumbir a los desafortunados acontecimientos de la vida.
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