El Véneto es famoso por el deseo incontenible de sus habitantes de disfrutar de la vida.
Y para un veneciano esto significa tomarse el tiempo para saborear un buen vino, acompañado por ejemplo, según el tipo, de un cicchetto crujiente, una rebanada de pan y, encima, quién sabe, un buen embutido o una combinación de simples frutas de la tierra. Un momento que es el del aperitivo, que el Véneto venera, conserva y observa.
Pero podría sorprendernos que el templo del aperitivo veneciano, el Bacaro, atención al acento en la primera A, tenga en definitiva un origen de Apulia. Las famosas tabernas donde se puede disfrutar de los tonos blancos, de las medias copas pajizas que caracterizan los momentos de serenidad veneciana, podrían haber nacido, al menos de nombre, de un vino traído por un comerciante de Trani hasta Rialto, a finales del siglo XIX.
Sin embargo, la etimología del nombre, cualquiera que sea, escapa al provincianismo que caracteriza a las dos regiones y, de hecho, une en el deseo de saborear las bondades que ofrece el territorio y compartirlas, como en la mejor tradición.
El paisaje cambia, y de las calles se llega a calles adoquinadas, paredes blancas y muros de piedra seca, pero el deseo de estar juntos y vivir cada momento de paz en el compartir más profundo nunca cambia.
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