Con el Teatro Olímpico, mi última obra. Todo estaba coronado, todo estaba terminado.
Ahora lo entendí: tenía que ser pequeño, tenía que estar aquí y no en el Redentore. El pequeño templo de planta central, mi iglesia ideal.
Así como la Rotonda había sido ideal, entre las villas, aquí mi amigo -ahora podía permitirme el lujo de llamar amigos a los más grandes venecianos de mi tiempo, yo un hombre de orígenes tan humildes- mi amigo Marcantonio Barbaro me dio la oportunidad de realizar un pequeño Panteón, un proyecto que he atesorado en el cofre de mis sueños durante mucho tiempo.
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