Siempre nos impresionan los admirables frescos de los que son ricas las villas palladianas. A veces, un sirviente se asoma por una puerta abierta, un trampantojo que solía engañar a los divertidos huéspedes de la residencia.
Pero ¿qué música de fondo escuchaban las nobles en las fiestas celebradas con tanta suntuosidad? ¿Sobre qué melodías movían los pies los caballeros de la Serenissima en el Renacimiento, en las ricas cenas que tenían lugar en estos salones?
Pues probablemente se balanceaban al son del laúd, el instrumento principal de las veladas sociales de las cortes renacentistas, traído por los árabes durante la Edad Media, pero que tiene sus raíces en el Antiguo Egipto. Su casco de duelas de madera amplifica el sonido y las vibraciones de las cuerdas hábilmente punteadas por los ejecutantes del Renacimiento, mientras que una serie de ligaduras divide el mástil en ocho o nueve partes, llamadas llaves.
Durante más de doscientos años, el repertorio impreso para laúd creció y siguió evolucionando hasta 1700, cuando el laúd fue suplantado por el piano en los salones del mundo.
El laúd tuvo un gran éxito en el Renacimiento gracias a su sonido dulce, melodioso y romántico, protagonista de una época de poemas y cantos suaves, danzas, cuadrillas y versos hilarantes y suaves.
En el siglo XVII su popularidad en Italia comenzó a decaer, pero siguió siendo animada en el resto de Europa, alegrando los banquetes y las tardes ociosas de las mujeres nobles.
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